El último post sobre cultura y accesibilidad nos dio mucho que pensar. De entrada, porqué es un tema que afecta a todas las personas, pero también a todas las edades, concretamente, a las personas mayores.
La accesibilidad es una necesidad diaria, no un lujo. Pongamos un ejemplo: un elevador. Si se instala en una vivienda, privada o comunitaria, su uso no va destinado únicamente a personas de la tercera edad o con movilidad reducida. Des de la madre que lleva su bebé en un carrito hasta la anciana que baja al mercado con el carrito de la compra, un elevador supone una solución global a la accesibilidad.
Pero la instalación de un elevador no siempre es posible. Imaginemos un espacio público abierto, como la escalera de un hospital o la diferencia de altura entre un bordillo y el asfalto de la calle. En estos casos, la situación es más compleja y requiere de un estudio previo para calcular su uso y el perfil de usuario. Por ello es decisivo el compromiso social y la concienciación, tanto del arquitecto como del propietario y de las Administraciones, de que la accesibilidad es una necesidad.
En España, las leyes tienden hacia este principio, como es el caso del Art. 25 del Real Decreto Legislativo 1/2013, que pone como fecha límite el 2017 para el acondicionamiento de la accesibilidad básica en todos los edificios. Pero aun así continua siendo insuficiente si extrapolamos el concepto “accesible” a otros espacios, como los señalados anteriormente y que aun suponen una barrera arquitectónica.
Otro punto importante y que supone uno de los mayores retos es integrar las soluciones de accesibilidad en un espacio sin romper con su diseño original o conseguir integrarlas de manera poco intrusiva. En otras palabras, que pasen desapercibidas a la vista de cualquier usuario, pero que ello no afecte a su buen funcionamiento y seguridad en caso de utilizarse. Gracias a la tecnología, diseño y accesibilidad no son antónimos, más bien lo contrario. Por ejemplo, existen plataformas elevadoras capaces de transportar una silla de ruedas y que, de no utilizarse, su estructura puede confundirse con la de un pasamano.
En otros casos, implementar soluciones de accesibilidad puede suponer un aumento del tránsito de personas y, por tanto, de clientes potenciales. Por ejemplo, un restaurante tradicional cuya clientela ha envejecido y está empezando a dejar de ir porque tiene escalones o escaleras dificultan su acceso. Si valoramos la inversión que supone un salva escaleras o un elevador de corto recorrido solo para una o dos persona, el precio puede suponer un freno. Pero si se valoran los beneficios de un negocio accesible, el balance es más que positivo. Y es que no solo se recuperan sus antiguos clientes, también a sus acompañantes (hijos, sobrinos, nietos…) y a todas aquellas personas que hasta ahora no habían podido ir. Recordamos que en España, el 28,4% de la población tiene más de 65 años (datos del 2013).
En resumen, si bien las leyes cada vez más apuestan por la accesibilidad, es deber de todos los ciudadanos ser conscientes de la necesidad que supone que un espacio sea accesible. Pero gracias a los avances, hoy en día existe una amplia gama de soluciones que permiten adaptar prácticamente cualquier espacio de manera inclusiva. Entonces, ¿estamos ante el fin de las barreras arquitectónicas?
¡Por un mundo sin barreras!
Ver todos los modelos de sillas salvaescaleras
Ver todos los modelos de plataformas salvaescaleras
Ver todos los modelos de elevadores de corto recorrido